PEDRO.
No es hora de pensar en quimeras, que es hora
de abrir el pecho a bellas realidades cercanas
de una España cubierta de espigas y rebaños,
donde la gente coma su pan con alegría,
en medio de estas anchas eternidades nuestras
y esta aguda pasión de horizonte y silencio.
España entierra y pisa su corazón antiguo,
su herido corazón de península andante,
y hay que salvarla pronto con manos y con
dientes.
MARIANA. (Pasional.)
Y yo soy la primera que lo pide con ansia.
Quiero tener abiertos mis balcones al sol,
para que llene el suelo de flores amarillas
y quererte, segura de tu amor, sin que nadie
me aceche, como en este decisivo momento.
(En un arranque.)
¡Pero ya estoy dispuesta!
(Se levanta.)
PEDRO. (Entusiasmado, se levanta.)
¡Así me gusta verte,
hermosa Marianita!
Ya no tardarán mucho
los amigos, y alienta
ese rostro bravío y esos ojos ardientes,
(Amoroso.)
sobre tu cuello blanco, que tiene luz de luna.
Mariana Pineda, Federico García Lorca.